Lucky, el final de un camino
- cinefilosrincon
- 22 jun 2018
- 2 Min. de lectura

En su última película, Harry Dean Stanton interpreta a un personaje peculiar, quien, a sus 90 años y al encontrarse en la antesala de la postrimería de la vida, lleva a cabo un viaje interior a fin de encontrar lo que para muchos es inalcanzable: La iluminación. Algo que sólo logrará cuando realice un concienzudo análisis sobre moralidad, espiritualidad y soledad humana.
Si John Carroll Lynch, hijo del celebre realizador David Lynch, hubiera sincronizado sus tiempos con los del gran Harry Stanton, seguramente nunca hubiera conseguido el filme que ahora nos entrega, ya que poco tiempo después de su rodaje, el actor falleció, dejando un gran remate de su trayectoria histriónica.
Lynch se aventura en la inescrutable reflexión del hombre que lleva demasiados años respirando el aire de este mundo, y lo hace como si no existiera ningún guión o un propósito; simple y sencillamente se concreta a filmar la vida de un personaje que puede ser el mismo actor en esencia, sin dejar de pensar si fue por el que Logan Sparks y Drago Sumonja escribieron el guión para el mismo Stanton.
La rutina vivencial de Lucky podría no ser ajena para muchos hombres que, con éxito o sin él, en familia o sin ella, viven sus últimos días sometidos a una rutina que no deja de ser eso, rutina, pero que para muchos se ha convertido en un estilo de vida, el cual puede resultar todo un placer, dado el camino recorrido.
Pese a ello, Lucky nos plantea el hecho de que todo hombre puede llegar a tener una etapa de reflexión en cualquier momento de su vida, más aún cuando se encuentra en una edad avanzada, lo cual no le exenta de poder comparar su existencia con la de otros, que lo conduciría a una devastadora o gratificante conclusión.
Al contrario de su padre, Lynch le da oportunidad a la cinta para permitir que el personaje gradualmente se vaya encontrando y aceptando a sí mismo, coincidiendo con el final de la película. Sin duda, es un filme que vale mucho la pena ver, porque nunca es demasiado temprano para concluir, y tampoco demasiado tarde para aprender.
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