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Sin amor, y la fragilidad de la culpa

  • cinefilosrincon
  • 12 abr 2018
  • 2 Min. de lectura



Boris (Aleksey Rozin) y Zhenya (Maryana Spivak) son padres de Alexey (Matvey Novikov), un niño de escasos doce años de edad, quien libra, diariamente, una cruel y despiadado sometimiento a la ira de sus progenitores, a causa de su divorcio, desamor y venta de su departamento en Moscú, único bien que poseen en sociedad conyugal.


Las agresiones verbales y la falta de respeto mutuo por parte de la pareja terminan por agobiar el mundo de Alexey, por lo que, repentinamente, el pequeño desaparece de la vida de ambos sin dejar rastro, sometiendo a sus padres, policía y grupos especiales de localización de personas a una tenaz búsqueda, tiempo y momento suficientes para incrementar el odio, las acusaciones y los insultos entre uno y otro.


El quinto largometraje del director ruso Andréi Zviáguintsev, se realizó sin el apoyo del gobierno ruso, tras su descontento por su anterior trabajo fílmico: Leviathan, de 2014.


El rompimiento del núcleo familiar y la enajenación social rusa, palpitan bruscamente a lo largo de la película, dejando entrever la exacerbada penetración occidental y el inconmensurable grado de desamor que existe entre las personas, quienes se entregan a los beneficios de la globalización.


Por una parte, el realizador permite que los protagonistas expresen sus motivos por los que odian su vida, y por los cuales viven tan compenetrados en su mundo egoísta y falto de responsabilidades, partiendo de que su situación tan sólo es la antesala de un mejor destino, además de estar conscientes de lo que en realidad desean y con una mayor perspectiva para encontrar la felicidad.


Paso a paso, la búsqueda de Alexey va desvelando cada rincón de sociedad rusa, la cual se maneja fría y sin amor, permitiendo que los problemas que la aquejan se sigan diseminando y convirtiéndose en una forma de vida.

La cinta, por momentos, presenta un cierto tipo de humor negro, el cual sirve para librarnos, tan sólo un poco, de la pesada tensión que, progresivamente, termina por cubrirnos, haciéndonos ver que las tragedias, al igual que el día y la noche, tienden a desaparecer, otorgándonos una nueva posibilidad para repetir nuestros errores. No se pueden perder.


 
 
 

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