120 latidos, la lucha sigue de pie

Cuando la pandemia más segregacionista de la humanidad fue reconocida por los gobiernos de todo el mundo como un problema de salud, y como una enfermedad que sólo afectaba a cierto tipo de población, un grupo de manifestantes pertenecientes al movimiento Act Up-París, unieron sus voluntades para crear otro tipo de conciencia entre la sociedad, a través de impactantes acciones de denuncia.

En la Francia de los noventa, un grupo de jóvenes se enfrentó a la cerrazón del presidente Fracois Mitterrand, quien tuvo que mantenerse al margen del ímpetu juvenil que levantó la voz para hacer conciencia sobre la gravedad de permanecer en un mundo desinformado, sobre todo ante la inminente presencia de una enfermedad que, hasta nuestros días, continúa siendo la pandemia del siglo XXI.

Robin Campillo maneja un estilo ágil desde un inicio, enfrascándonos en una atmósfera tan natural, que no pareciera montada para cine. Sus protagonistas nos hacen sentir que estamos en presencia de uno de los levantamientos civiles más importantes de los últimos tiempos, pero no es así. La organización con que se prepara el primer movimiento juvenil de conciencia, nos deja sorprendidos por la efusividad con que se desarrolla.

En la actualidad, el SIDA, dejó de ser el monstruo invisible que podía aniquilar a la mitad de la humanidad, escudado en la desinformación y la ignorancia. Ahora la amenaza sigue latente, pero con mayor fuerza, ya que las personas dejaron de tenerle miedo al mortal virus o se acostumbraron a vivir con él, tomando en cuenta que la mitad de los portadores son jóvenes.

Ante una inminente batalla perdida, sobresale el espíritu combativo de las personas que no sosegaron ante la indiferencia del poder y del mundo conservador. 120 latidos por minuto nos demuestra que la lucha puede tomar un respiro, pero nunca debe claudicar.